Hoy es un museo del Espacio para la Memoria y la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos
Buenos Aires. Un ejercicio de memoria sin odio ha convertido a la ex escuela naval ESMA de Buenos Aires, el mayor centro de tortura de la última dictadura argentina, en un espacio cultural cuyo recorrido duele pero aspira a ser sanador para viejas y nuevas generaciones.
Por el sitio pasaron 5 mil de los 30 mil detenidos desaparecidos entre 1976 y 1983. Hoy es un museo del Espacio para la Memoria y la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos, elegido este martes como Patrimonio Mundial por la Unesco.
"Quiero agradecer la decisión que han tomado", expresó el presidente argentino Alberto Fernández en un video difundido en la ceremonia en Riad. "La memoria hay que mantenerla viva básicamente para que las malas experiencias no se repitan".
La antigua Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), creada en 1928 para instruir a oficiales navales y marineros, fue el mayor campo de detención, tortura y exterminio operado por exmilitares genocidas que aún hoy son juzgados por tribunales civiles (73 ya condenados, de mil 159 en todo el país).
Rodeado de fresnos, cipreses y cedros, el Casino de Oficiales -un pabellón de tres plantas de la ESMA que sirvió como cárcel ilegal- fue construido en 1948, en el apacible barrio de Núñez, en el norte de la ciudad.
Cuando los militares argentinos tomaron el poder en 1976, la escuela se convirtió en el centro de operaciones de la Armada para el secuestro ilegal de activistas políticos y sociales, pero también de civiles sin afiliación, obreros, atletas y religiosos.
"El edificio es un testigo que habla. Recorrerlo duele pero sana, porque no permite tergiversar la historia", explica a la AFP Ricardo Coquet, de 70 años, víctima de torturas en ese lugar.
Engrilladas, esposadas y encapuchadas, las víctimas llegaban primero al sótano del edificio. Era también el último sitio que pisaban antes de desaparecer o ser arrojados desde aviones al Río de la Plata, en los "vuelos de la muerte", como ocurrió con las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon.
El horror se concentraba en la planta superior y el altillo, "Capucha" y "Capuchita", espacios sellados donde los detenidos, identificados por números, eran torturados para que delataran el paradero de otros perseguidos. Y vejadas y violadas las mujeres.
"Volví 32 años después. Pedí a los guías del museo quedar solo en 'Capuchita', donde estuve entre 1978 y 1980. Sentí la necesidad de acostarme en el piso otra vez, de revivir aquello pero desde otro lugar, en un espacio liberado. Fue una revancha simbólica", rememora Eduardo Giardino, otro exdetenido de 68 años.
Como el infierno del Dante, había otros círculos. En una sala minúscula y desnuda, decenas de mujeres parieron sus niños antes de que se los arrebataran y de convertirse en desaparecidas.
Varios hijos (11 de 37 conocidos) recuperaron su identidad gracias a las Abuelas de Plaza de Mayo.
En 1979, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó la ESMA. Durante dos meses, los militares la vaciaron y trasladaron a los presos a islas del delta del río Paraná. Fueron devueltos después a la misma y brutal rutina.
"Mi primera gran lección de política fue escuchar ruido de la calle y decir: 'yo estoy acá y afuera todo sigue'", sigue Giardino.
Aviones, trenes, automóviles, campanas de escuelas... normalidad.
También el griterío de fanáticos cuando Argentina salió campeón del mundo de futbol a cientos de metros, en el estadio Monumental.
La derrota en la Guerra de Malvinas (1982) puso fin al régimen militar. La democracia permitió conocer los horrores de la ex ESMA y juzgar, con interrupciones, esos delitos de lesa humanidad.
"Es comparable con espacios como campos de concentración", expresa Graciela Gómez, una profesora de historia de 69 años que visitaba este martes el lugar por primera vez. "Todo el trabajo que hicieron para destruir y deshumanizar a personas en pos de un ideal terrible, destructivo".
"Es parte de nuestra identidad", dice por su parte Paloma Martínez, estudiante de 21 años. "No sería muy humano de mi parte no ser consciente de todo lo que significa y significó esto".
La ESMA siguió activa como escuela hasta que en 1998 el presidente Carlos Menem, que indultó a exdictadores y exguerrilleros, ordenó demoler el Casino de Oficiales para crear un "monumento para la reconciliación y la unión nacional".
Madres y familiares de desaparecidos lo impidieron con amparos judiciales. Fue declarado monumento histórico en 2004 y sus espacios -hoy Museo de Memoria- permanecen intactos y sirven de prueba judicial.
Un año antes, en 2003, el Congreso argentino reabrió las causas judiciales, que siguen hasta la actualidad.
Cada año 150 mil personas, muchos estudiantes, visitan el museo y participan de actividades de reflexión.
"Haber sobrevivido en la ESMA es suerte", asegura Coquet. "Lo importante es ser testigo" y relatar estos horrores.