La política y la tragedia han estado interconectadas a lo largo de la historia, y es esencial analizar cómo algunos actores políticos han aprovechado las desgracias para su interés personal, lo mismo estando presentes, que siendo la parte acusante, como un dedo que tiembla y señala.
El marco devastador del huracán Otis, en Acapulco y la Costa Grande de Guerrero, revivió por igual las fotografías de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón en otros desastres naturales, como la asignación de partidas presupuestarias para el Fonden y los recursos de atención a las emergencias.
No puede, sin embargo, descontextualizarse el discurso e intercambio de responsabilidades por Otis, de quienes son portavoces de cada uno de los polos que conviven en México, como tampoco puede excluirse la arena de lucha llamada 2024.
Julio César Moreno, diputado y vocero morenista, acusó la tendencia de ciertos actores de la oposición a alegrarse ante la desgracia ajena, recordando que, a consideración suya y de la 4T, los accidentes en el Metro han dado pie a que líderes políticos de oposición comenzaran a lanzar acusaciones contra la entonces jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, sin esperar a que concluyera la investigación judicial.
Esta acción, según Moreno, es lucrar con la tragedia y hacer política de manera vil y carroñera.
Desde la Academia, Camila Arbuet Osuna, doctora en Ciencias Sociales, ofrece una perspectiva más teórica sobre la tragedia en la política, señalando que la tragedia no es solo una metáfora estética; es una matriz de análisis política que ha perdurado durante siglos.
Y se ha convertido en una tradición de discurso en la teoría política, lo que nos lleva a preguntarnos por qué es tan recurrente en este contexto.
En un puntual análisis, la doctora Arbuet Osuna define la idea de que la tragedia no se encuentra fuera de la política, sino que a menudo es evocada como un elemento transformador. Sin embargo, esta transformación no debería convertirse en un vehículo para el lucro.
La tragedia y la política están interrelacionadas en una compleja danza a lo largo de la historia, eso es un hecho, y también lo es el muy válido argumento de que la política, en su ideal romántico, debe ser el canal para mejorar lo que está mal,
Es esencial, sin embargo, advertir que la explotación de la tragedia con fines políticos es una práctica censurable y éticamente dudosa, pues por más que mueva más una emoción que un pensamiento lógicamente enarbolado, la política debe centrarse en solucionar problemas y atender las necesidades de la sociedad, no en lucrar con la desgracia de las personas.
O como trató de dibujarlo la filosofía socrática desde hace siglos: el debate y la crítica constructiva son vitales, pero la explotación de la tragedia no tiene cabida en una sociedad democrática y ética.
