La semana pasada, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se reunió con su homólogo estadounidense Joe Biden en la Casa Blanca. Desde múltiples enfoques, el encuentro no puede pasar desapercibido.
Algunos señalaron el que tal encuentro no haya tenido la parafernalia de una visita de Estado, pues Biden ni siquiera salió a las puertas de la residencia oficial para recibir a López Obrador.
Otros mostraron su preocupación en que el demócrata mantuviera escaso contacto visual con el morenista. Y otros más incluso ironizaron con la forma de sentarse de AMLO sin tomarse la molestia de desabrocharse el saco.
A mi me dejó pensando en algo más.
El nuevo argot de la organización económica mundial ya no consideraría a México un país tercermundista sino uno en vías de desarrollo, o en palabras del presidente López Obrador, encaminado al primer mundo dentro de la transformación.
Repasar las carencias que se viven en territorio nacional es ya un ejercicio ocioso, pues la mayoría las hemos padecido.
Sin embargo, frente a frente, sin temor a que los conservadores “pusieran el grito en el cielo”, como él lo dijo, y en un tono como el de cada conferencia mañanera, López Obrador, el presidente de un país que históricamente Estados Unidos ha despreciado en más de una ocasión o al cual le ha cometido “agravios que no se olvidan”, en palabras del mismo líder nacional, estaba ahí, enarbolando un discurso de preocupación.
Y de preocupación no porque los planteamientos de AMLO sean erróneos, dependiendo bajo la bandera política con que se miren, sino de preocupación porque ese mismo líder vilipendiado incluso por algunos en su país, estaba presentando a su similar de la otrora nación más poderosa del mundo, sus cinco propuestas para encarar el escenario mundial actual.
No desprecio a López Obrador, por supuesto, y no hago de menos a México ni a los mexicanos. Al contrario, valoro la fuerza que nos caracteriza, el empuje que ponemos al enfrentar nuestro día a día y la forma en que manejamos nuestras múltiples realidades, pero ver la disposición de un presidente estadounidese para tomar los consejos de a quien antes solo veían para abajo, me deja un sólido planteamiento:
Que efectivamente el mundo vive una crisis y que, hay que decirlo con todas sus palabras, ni los líderes más poderosos pueden abatirla aislados.
Hablar de globalización en estos tiempos tal vez parezca discurso crítico de antaño, pero ahora es cuando se recuerda que bajo este esquema, si una mariposa aletea en Ucrania, puede causar un tsunami en Wall Street o devaluar el euro.
Así pues, escuchar cada una de las ideas de AMLO para Joe Biden, fue “el veinte” que me cayó para entender que esto ya está sucediendo y que no podemos negar que hay grandes retos lo mismo en lo político y social, que en lo económico y lo energético, y hasta en lo hídrico y lo alimentario.
Ver así a AMLO en las altas esferas del mundo, es darnos cuenta de que todo planteamiento merece la pena de ser escuchado y que si queremos librarla, aunque tenga tintes morales, todos necesitamos de todos. El momento llegó y es cuando. ¿O usted qué opina?
