Sobrevive reportero al Covid y…. escribe su propia historia

Sobrevive reportero al Covid y…. escribe su propia historia
REDACCIÓN / EL TIEMPO DE MONCLOVA

“Ocho días antes de confirmarme negativo a la prueba del Covid-19, ahora me dicen que soy positivo y que debo internarme cuanto antes”

Hay quienes dicen que soy un afortunado sobreviviente al Covid-19, por el número de muertes en Coahuila con más de  4 mil, y que la vida me dio otra oportunidad cuando miles de personas siguen sin creer  de la existencia de este virus que mata y divide a las familias.

Seguro como cualquier persona   empecé a sentir algunos síntomas ‘parecidos’ al Covid, como dolor de cabeza, debilidad, diarrea, molestia en la garganta, tos y desgano, pero la verdad me negaba a creer que me diagnosticaran Covid, porque ocho días antes, el 16 de septiembre me llamaron para confirmarme que había dado negativo a la prueba SARS COV-2 /COVID 19, y que me siguiera cuidando.

Tampoco me imaginé que como reportero de Periódico El Tiempo un día estuviera relatando mi propia historia, más bien que tuviera la oportunidad de hacerlo después de cientos de miles de contagios y muertes por esta pandemia a nivel mundial.

Mi nombre es Francisco García, tengo casi 62 años de edad, diabético desde hace tres años. Mi historia, lo que viví dentro y fuera del IMSS es para reflexionar sobre este virus mortal, donde muchos nos salvamos, otros no.

“Relate lo que está usted viviendo aquí en el Seguro Social, mucha gente cree que llegando aquí los matamos y no es cierto, hablan que los tratamos mal, cuando es todo lo contrario, por eso estudiamos, hágalo, cuente la verdad como reportero”, me dijo una enfermera.

Durante los síntomas arriba citados justo después de la muerte de mi señor padre el 21 de septiembre, es decir cuatro días después, me preguntaban algunos compañeros y familiares que tal vez estaría contagiado del Covid-19, pero yo me negaba, porque el 16 de septiembre me dijeron que la prueba salió negativa, por ello no lo aceptaba y con síntomas dejé pasar los días.

SE AGRAVAN LOS SÍNTOMAS

Del 27 de septiembre al 5 de octubre los síntomas se fueron agravando, en ese tiempo consulté tres médicos, me dijeron primero que traía una infección en la garganta que pronto pasaría, el segundo me recetó inyecciones y pastillas por síntomas respiratorios, un tercero me aplicó una unidad de suero, “tienes bronquitis aguda con esto te reanimas, ya verás”, me dijo.

Entre los días 3 y 6 de octubre ya tenía dificultades para respirar, hablaba y tocía a la vez, sentía fuertes dolores en la espalda por más mínima que fuera la tos.

Un médico amigo me dijo; yo te llamo para atenderte de nuevo, no lo hizo, prácticamente ahí perdí cuatro días sin atenderme. Fue fatal, ya no podía.

Sin dormir por las noches, sentado en  la sala y a base de paracetamol, té caliente, atoles, agua, y electrolitos, así me la pase días y noches enteras.

Como no sentía cambio y mi familia se veía preocupada, decidí   llamar a un médico particular el día 6 de octubre por la tarde.

 

CON 74 DE SATURACIÓN

Me colocó el oxímetro en el dedo, y me tomó la presión, “traes 74 de saturación, si en dos días no tienes cambio con este medicamento te aconsejo que te vayas al IMSS, traes neumonía atípica, tienes Covid”, me dijo fríamente mirándome a los ojos.

Los siguientes minutos fueron los más difíciles para mí, en mis casi 62 años jamás había enfrentado una  grave enfermedad, me consideraba sano.

“Tienes Covid, ahora nosotros tal  vez estamos contagiados, mi hijo, mis nietos y todos los que hemos convivido estos días contigo, que va a pasar con nosotros”, decía muy preocupada una y otra vez mi esposa, se veía asustada y con justa razón después de tantas noticias desagradables, donde familias enteras resultaban contagiadas y  otros morían.

Cuando salió el doctor de mi casa, hice una llamada a un amigo muy cercano a todo lo que rodea al Seguro Social tratándose de esta pandemia del Coronavirus, por lo que se decía del ‘piso de la muerte’, que si ingresabas al Seguro ya no salías, y toda la desinformación que se escuchaba del personal médico.

“Vete a consultar cuanto antes, no lo dejes a la decidía, nadie te va a tratar mejor que el Seguro, así digan lo que digan de él, no lo pienses, hazlo ya”, me dijo de manera contundente.

POSITIVO AL COVID

 

Llévame a consultar al IMSS, (clínica 7)  para que esperar dos días más como dijo el médico, hay que hacerle frente a todo lo que venga, le dije serenamente a mi esposa.

El 6 de octubre, al filo de las 8:00 de la noche y después de casi una hora de preguntas y respuestas ya estaba internado en la sala de urgencias del Seguro Social. En mis casi 62 años de edad fue la segunda vez que yo estaba en bata y en una cama, la primera vez fue por dos horas hace unos 30 años por un  dolor de muela.

Mi diagnóstico: Neumonía Atípica, infección por SARS COV-2/COVID-19 POSITIVO. Antecedentes crónicos degenerativos: Hipertensión arterial y diabetes mellitus, se leía en la hoja.

Debo reconocer que, desde que tengo uso de razón siempre he sido muy “collón” a las inyecciones, con algo de nervios,  recuerdo mordía la almohada, la colcha, me ponía de pie, luego me acostaba, hasta que finalmente me inyectan.

Pero esta vez, sin pensarlo mucho, menos analizar profundamente que pasaría conmigo en los siguientes horas o días, me sentía tranquilo, nada de nervios, no tuve tiempo para pensar en los fallecido por el Covid y eso que durante muchas semanas tenía como reportero que hacer la nota del número de decesos y contagios en Coahuila.

Ya internado casi al rincón de las pocas camas que siempre han existido en la sala de urgencias, pude observar y escuchar a personas que ya estaban, o llegaban  faltándoles la respiración: Una señora de la tercera edad se quejaba mucho.

PULMONES DAÑADOS

“Francisco García, mañana lo subimos al piso Covid”, me dijo fríamente una enfermera. Jamás me habían internado en un piso, en segundos recordé a mi madre que  falleció hace años en el piso dos,  ahí yo la visitaba.

El 7 de octubre me trasladaron  en silla de ruedas a una radiografía de pulmones y en seguida a un examen de tomografía, me acostaron  y me introdujeron a una capsula moderna, como en las películas, porque la verdad no las habida visto físicamente, mucho menos ingresar a una de ella, aun así lo hice con mucha calma. El enfermero callado.

En mi recorrido al examen de tomografía, un enfermero trasladaba a una persona joven y fuerte cuya cara se me hizo conocida, se quejaba de un dolor en el estomagó, casi gritaba.

Ánimo señor, échele ganas, se ve fuerte, seguro pronto pasará, Dios lo ayudé, él no me escuchó porque lo dije en mi pensamiento.

INTERNADO

Tranquilo, sin nervios y relajado, me instalaron  en la cama, habíamos dos pacientes por cuarto, cuando antes creo eran tres.

Era día 7 de octubre, en los siguientes días, hasta el 14 del mismo mes; más de 20 unidades de suero, demasiado medicamento tomado y otros por medio del suero, insulina por la diabetes que registraba entre 330 y 400, esta cifra finalmente la bajaron hasta 230 a base de pura insulina.

“Ya me quiero ir señorita, no tengo nada, aquí no me atienden bien, ya me quiero ir a casa, llámeles a mis hijos”, dijo por dos días una y otra vez el paciente que estaba a mi lado, un señor grande de edad de unos 70 años que según escuché, le preocupaba un adeuda de dinero que tenía que saldar y que –según-sus hijos no habían hecho.

“Ya la vamos dar de alta, tal vez mañana se va”, le decía una enfermera.

Un día antes recibió una llamada de su nieta con ayuda de una enfermera. “Yo también te quiero mucho mija, ya pronto saldré de aquí”, escuche que le decía con mucha ternura, fue entonces cuando  las lágrimas salieron muy discretamente de mis ojos pensando en mis nietos y mis hijos, porque cuando ingresé al IMSS sólo mi esposa fue testigo de mi internamiento, nadie supo nada, tampoco en mi trabajo, pues no sabía que me internarían, todo fue muy rápido, también está prohibido utilizar el celular y que ingresen familiares por la gravedad de la pandemia y lo fui entendiendo al paso de los días.

“Lea este libro, (biblia) se lo dejo, esto lo va a ayudar a salir de aquí, no tuvimos el gusto de platicar, pero tenga fe, va a salir”, me dijo el paciente de a lado cuando lo dieron de alta y era trasladado en silla de ruedas por un enfermero que se detuvo un instante mientras nos despedíamos.

“Claro que sí, voy a salir de aquí por eso le estoy echando muchas ganas, gracias señor. Dios lo cuide”, le dije con un nudo en la garganta.

LAS HORAS TE PERMITÍAN REFLEXIONAR

Con la mascarilla de oxígeno puesta entre mi boca y nariz, así me la pase horas y días, acostado, mirando fijamente el color de la pared, en ocasiones trataba de contar las gotas de suero que caían lentamente por minutos y horas, recordando el  pasado y el presente, pero sobre todo pensando en mi familia.

Médicos y enfermeras  en cada turno con la cara casi cubierta entraban y salían, se presentaban ante un servidor pero todo era tan rápido.

Se veían tensos, unos te daban las buenas noches o buenos días, otros sólo decían su nombre casi a la carrera.

Como han cambiado los tiempos, antes cuando visitaba a amigos o familiares internados en el Seguro Social, las enfermeras o los médicos, te decían una palabra de aliento, te sonreían o bromeaban para aliviar en algo el dolor. Hoy es muy diferente, quizá por la pandemia y número de muertes se les ve tensos y preocupados, y se entiende.

“Échele ganas Don porque en ocasiones se agrava la persona, se le intuba y muere, luego se sella la caja y ya nadie lo vuelve a ver, sólo la última persona que lo trajo aquí”, me dijo directamente una enfermera.

Voy a salir de aquí con la ayuda de Dios y de los médicos,  por eso le estoy echando ganas, tengo  muchas cosas que hacer, primeramente Dios, me decía a mí mismo.

 

RECUPERACIÓN LENTA

“Como se siente”, fue la pregunta de los médicos en cada turno, “va bien, la saturación va en aumento, trae 84”, me decían en cada turno.

Conforme iba en aumento la saturación de oxígeno fue la forma en que me daba cuenta que iba recuperando mi estado de salud.

“Vamos bien, si seguimos así pronto lo podremos dar de alta para que se recupere en su casa, pero lo vamos a dejar dos días más”, me dijo un médico, y debo reconocer que fueron las mejores palabras de aliento que jamás había  escuchado luego de saber días antes el número de decesos y contagios por el Covid-19. 

Antes, un médico de guardia  me dijo que el proceso para recuperarme sería muy lento, me enseñó una imagen que traía en su celular y me dijo; “mire, sus pulmones están todos blancos y muy dañados, hay que dejarlos con color, hay que echarle ganas”.

A partir del día cuatro de internado decidí levantarme de la cama por la mañana y permanecer sentado tarde y noche, en ratos parado dando lentamente los primero 50 pasos  hasta 100 y luego 200 dentro de mi habitación, quería recuperarme pronto, por eso lo hacía.

ESCASEABA EL AGUA EN EL IMSS

Tomaba mucha agua, fue la recomendación de las enfermeras y médicos pero en ocasiones se escaseaba el vital líquido, “no hay Don, deje a ver si llegan las botellitas más tarde”, me decían y yo con los labios y garganta reseca.

A lo lejos por las noches y madrugada disfrutaba como nunca la música que sintonizaban en sus celulares los enfermeros y enfermeras en un momento de relajación o minutos de descanso que tenían.

Temas de los Bee Gees, Luis Miguel y en ocasiones hasta rancheras, pude disfrutar,  cuanto daría por estar en mi casa y escuchar temas, me decía a mí mismo, y es que estando entre la vida y la muerte por esta pandemia a nivel mundial, donde todos los días mueren empieza uno a valorar la vida.

Un segundo paciente (me reservo el nombre y lugar) de 74 años llegó a acompañarme. Platicamos, se veía bien, pudo contarme parte de su historia, dijo que a principio de año recibió dos infartos, no tenía hijos, nunca se casó me dijo.

Al siguiente día se le complicó su salud, no escuchaba que tuviera tos o algo así, un equipo de médicos y enfermeros llegaron para atenderlo de manera inmediata y lo restablecieron, según escuche.

Al día siguiente que desperté ya no estaba en su cama, no me di cuenta, tampoco pregunté en mi sexto día internado, pero cuando salí pregunte por él a personas que lo conocían en una ciudad pequeña: lamentablemente falleció, me dijeron.

En mis ratos pensaba que, en la cárcel y en una cama de hospital se conocen los amigos  y se valora la vida, pero más la vida porque sin ella ya no eres nadie, pensaba así porque eran momentos de soledad, pensaba en mis hijos, en mi familia, el trabajo, lo que no he hecho, lo que pude hacer y lo que estaba pendiente, tengo que ser mejor en todo, bajarle al trabajo, no estresarme tanto a mi edad, fue como un  cuestionamiento a mí mismo.

Mis pensamientos viendo a la pared o las gotas de suero que caían lentamente en ocasiones fueron interrumpidas por aplausos, “bravo, échele ganas, ya venció al Covid, no que no”, escuchaba decir a las enfermeras cuando un paciente abandonaba el hospital.

Había una mujer paciente que al menos durante tres días la escuche que gritaba desde su habitación y con mucha fuerza: ¡Quiero agua por favor, tengo sed, tráiganme aguaaaaa! De que estará enferma esa señora si se escucha que tiene buenos pulmones por como grita, me preguntaba.

Una paciente más se cayó de su cama, pude ver como corrían las enfermeras. Se cayó decían entre ellos mismos.

Una mujer de más de 65 años más se dirigía al baño. “porque se levantó señora usted no puede ir al baño sola”, le dijo sorprendida una enfermera.

Durante mi estancia en el hospital de la clínica 7 del IMSS, jamás perdí el apetito, por el trabajo que tengo como reportero por más de 30 años, uno no se alimenta a sus horas, jamás, en ocasiones dos o tres comidas las heces en una, ese es otro problema, de ahí también se genera la diabetes.

 

Internado por ocho días, ahí por primera vez en mi vida aprendí a comer lentamente y a mis horas, sin prisas y tres veces al día, comida sana, de dieta, sólo porciones, con fruta y postre, por ejemplo, dos galletas marías, y no todo un paquete de galletas con refresco de cola como lo hacía, y a veces ni eso.

97 DE OXIGENACIÓN, PERO CON 400 DE AZÚCAR

Los últimos dos días, finalmente registré entre 96 y 97 de oxigenación, pero con 400 de azúcar, a base de insulina dijeron que la bajarían, porque al día siguiente, me darían de alta, y así fue. Salí el 14 de octubre a las 13:10 en medio de pocos aplausos, “que le vaya bien don, cuídese, échele ganas y que bueno que salió”, me dijeron.

Con un poco de dificultad para hablar, me llevé la mano a mi pecho y les dije: me llevó a cada uno  de ustedes en el corazón, gracias por todo, la verdad me quería quedar otros dos días más, les dije.

“Sabemos que usted es reportero, cuente su historia, mucha gente cree que aquí matamos a la gente y no es cierto, que no los atendemos bien, hablan mal de nosotros y no es cierto”, dijo muy seria y preocupada una enfermera.

Mi recuperación a la neumonía atípica siguió en  mi  casa, por las noches y unas tres horas en las tardes utilice 6 tanques de oxígeno que me terminaba en promedio por  tres días gracias al Seguro Social. Un séptimo tanque se quedó lleno.

A casi 76 días desde que salí del hospital un 14 de octubre, con 8 kilos menos de peso y cuando las estadísticas de contagios y muertes del Covid  van en aumento en todo el mundo, aquí en Coahuila, en Monclova y la región donde mucha gente aún no cree de la existencia del Covid, hoy como reportero siento que la vida me dio la oportunidad de escribir mi propia historia. Cuídate.

 

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