Pasó como en las películas. Éramos felices… y llegó Ómicron. Esta semana pasada, con el primer caso confirmado en México.
Unos minutos antes, el presidente Andrés Manuel López Obrador había reconocido la inminente presencia de la variante del coronavirus en el país. Después, llegaron los tuits del subsecretario Hugo López-Gatell, confirmando que un paciente de 51 años, proveniente de Sudáfrica, era el primer confirmado en suelo nacional.
Los dedos volaron en las redacciones de los medios para dar a conocer la información. Un tanto con urgencia. Un tanto con temor. Los comentarios de los lectores en mis dos casas editoras, El Tiempo de Monclova y El Siglo de Torreón, no se hicieron esperar en acusaciones y críticas a las autoridades federales, señalando negligencia en el manejo de la pandemia y responsabilizando al Gobierno de AMLO de la llegada del “señor Ómicron” por no haber cerrado fronteras y haber permitido el acceso del sudafricano portador.
¿Realmente se equivocó la 4T y es la culpable de esta nueva oleada de temor?
Días antes de confirmarse la variante, López Obrador ya había hecho manifiesta su postura. Los lectores de “Encuadres” conocen mis discrepancias con algunas de sus acciones, pero también son conscientes de mi realismo y en base a ello debo reconocer al presidente por su valentía al señalar las causas de su aparición.
Y es que el hecho de que haya surgido en Sudáfrica, como dijo AMLO, no es cuestión de azares sino de desigualdad. ¿Necesitamos una prueba de esto? Baste el dato de que, de cada 100 vacunados contra el COVID-19 en el mundo, en el continente africano hay solo seis en promedio, de acuerdo con cálculos de la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud.
En cuanto al cierre de fronteras, precisamente hablando de la OMS, ésta ha exhortado a no imponer restricciones de viaje a las naciones del sur de África debido a preocupaciones por Ómicron.
En palabras de la directora regional para África, Matshidiso Moeti, “las restricciones a los viajes pueden contribuir a reducir ligeramente la propagación del COVID-19, pero representan una enorme carga para la vida y la forma de sustento. Si se implementan restricciones, no deben ser innecesariamente invasivas o intrusivas, y deberían estar fundamentadas en la ciencia, según el Reglamento Sanitario Internacional, el cual es un instrumento del derecho internacional jurídicamente vinculante y reconocido por más de 190 naciones”.
“La prohibición de viajar no está fundamentada en la ciencia, ni será eficaz para impedir la propagación de esta variante”, añadió. Advirtiendo que “lo único que la prohibición de viajar hará es dañar aún más las economías de los países afectados, y socavar la capacidad de responder y también de recuperarse de la pandemia”.
A ojos ciudadanos, por supuesto que parece absurda tal recomendación. Sin embargo, si consideramos que precisamente el no guiar esos ojos a los menos favorecidos es precisamente lo que no nos ha permitido salir adelante equitativamente de la pandemia, aunque parezcan palabras de un corazón meloso, tal vez podamos actuar con justicia y con razón.
Claro que no se trata de exponer a la población a los riesgos de una enfermedad a la vez tan conocida y cambiante como el COVID-19. Pero, si se me permite el comentario, a estas alturas, estoy de acuerdo con el Gobierno de AMLO en que no es hora de repartir culpas y avanzar egoístamente, sino con responsabilidad humana y global. Estamos enfrentando una pandemia, con todo lo que eso representa, bien dijo el presidente. ¿O usted qué opina, amigo lector?
