Alexander se despidió de la cancha con un último gol
EL UNIVERSAL / AGENCIAEl cortejo que recorrió las calles de Vicente Camalote lo formó una multitud con la indignación como bandera
Al grito de ¡Queremos Justicia! Y rodeados de una multitud vestida de blanco y con globos azules, este jueves fue sepultado Alexander, el joven de 16 años asesinado de un disparo en la cabeza, bala que salió del arma de un policía municipal de Acatlán de Pérez Figueroa.
El camino que recorrió el cuerpo de Alexander desde la que fue su casa hasta el cementerio de Acatlán se tapizó de impotencia y de dolor. Amigos, familiares, desconocidos y hasta políticos acompañaron a Virginia, la madre del joven que con rabia desbordada denunció hace unos días que a su hijo futbolista lo mataron los policías de la patrulla 023.
El cortejo que recorrió las calles de Vicente Camalote lo formó una multitud con la indignación como bandera. Lo mismo la caravana motorizada que con sus rugidos y el ruido de su claxon clamaban por la muerte del adolescente cuyo sueño era jugar fútbol de manera profesional y que ya estaba encaminado para lograrlo, pues ya había debutado en la Tercera División de los Rayados de Tierra Blanca.
Fue por eso que antes de que el cortejo llegara desde la casa materna al cementerio de Acatlán, Alexander debía visitar una última vez la cancha, la misma donde jugaba con sus amigos.
Al grito de "¡Sí se puede!" y "¡Chander!", como nombraban quienes querían al joven, que también tenía la nacionalidad estadounidense, los compañeros del futbolista compartieron con él la emoción de un último partido, de un último gol y de un último festejo.
Con el féretro en el centro de la cancha, los jóvenes hicieron una última jugada, el balón llegó en un pase, se anguló con el cajón de madera y anotó el gol ante una multitud con el dolor en carne viva. Luego, los jóvenes se fundieron en un festejo-despedida para honrar a su compañero ausente.
"¡Vamos, Chander!" y "Arriba mi campeón", eran los gritos nacidos del ánimo que la multitud dejó como constancia de la vida de Alexander, cuyo nombre se repetía una y otra vez desde las gradas, en las porras que acompañaban a sus dolientes y que del júbilo se transformaron en reclamos. La rabia había vuelto como única forma de exigir justicia.
Cuando el cortejo llegó a donde sería depositado el cuerpo del joven, el dolor se expandió en el lugar convertido en las notas de "El amigo que se fue". Luego, siguieron los reclamos contra las autoridades, la exigencia de que no se manche el nombre de Alexander y el clamor para que los responsables de su muerte paguen con cárcel. Todo lo demás fue llanto y rabia.
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