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CD. DE MÉXICO.- Como cada año, cientos de personas se dan cita en la Catedral Metropolitana para asistir a la celebración de Domingo de Ramos, en la que tradicionalmente acuden para bendecir sus ramos.

Al igual que muchas otras tradiciones cristianas enriquecidas por el folclor mexicano, el Domingo de Ramos es para muchos la oportunidad de llevar una bendición a su casa a través de las palmas que de manera tradicional se colocan detrás de las puertas.

De acuerdo con la tradición cristiana, el Domingo de Ramos es el momento en que Jesús entra a Jerusalén montado en un burro blanco y es recibido como un rey por la población con palmas.

Históricamente pocos saben que montar un burro blanco era exclusivo para reyes en la antigua Jerusalén, ya que el uso de caballos o camellos era una costumbre de otras culturas, más no la del pueblo de Israel.

Es así que bajo este contexto, cada Domingo de Ramos se repite al inicio de cada misa la procesión que representa la recepción que se le hizo a Jesús, justo la misma semana en que sería arrestado, juzgado y muerto por los mismos que lo ovacionaron.

Por ello, a un costado de la Catedral Metropolitana, al igual que afuera de muchos templos, se aprecia a los tradicionales vendedores de palmas, quienes con sagaz habilidad arman y tejen desde las más simples hasta elaborados crucifijos.

Así, quienes acuden a los templos pueden escoger las palmas más sencillas o más elaboradas, verdes o amarillas, a precios que van de los cinco a los 25 pesos, dependiendo la laboriosidad.

Desde luego, no faltan los “licuados de fe”, como diría el Papa Francisco, ya que hay quienes por superstición agregan elaboradas palmas con semillas de colores, imágenes de santos y elaborados adornos que nada tienen que ver con la tradición y que son resultado de la mezcla de culturas.

“Es para la buena suerte, y esa para el dinero y la abundancia”, comenta un comerciante mientras se le preguntan los precios de las palmas con semillas de trigo, frijol rojo y centeno.

Desde luego no faltan los que por desconocimiento compran estos artículos atraídos por la idea de que les “irá mejor”, aunque no se vuelvan a parar en la iglesia hasta Navidad y Año Nuevo.

Así al inicio de la misa, comienza la celebración litúrgica para recordar la recepción de Jesús, mientras que los feligreses sacuden sus palmas en espera de que el cardenal Norberto Rivera Carrera les arroje el agua para que queden benditas.

Algunos se quedan a la misa y otros más se retiran en cuanto tienen la palma bendita, “es que me está esperando mi esposo para irnos a pasear”, argumenta una joven quien de inmediato emprende la retirada de la procesión.

No faltan los que llegan a media celebración o incluso los que llegan hasta el final, solo para extender sus palmas para recibir el agua bendita y retirarse a vivir su domingo familiar.

Es así que, ya sea con mucha o poca fe, México continúa resguardando la costumbre de acudir al Domingo de Ramos para llevarse una “palma bendita” y colocarla detrás de la puerta de su casa.

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